jueves, 26 de marzo de 2009

El portazo de Nora

Un aspecto que ha contribuido favorablemente al desarrollo de la sociedad actual es la pretendida, y en algún caso lograda, igualdad entre ambos sexos, pero en el entorno en el que Ibsen -dramaturgo noruego de finales del siglo XIX- vive, existen dos códigos morales, uno para el hombre y otro totalmente diferente para la mujer. En la vida práctica la mujer siempre es juzgada según las leyes del hombre.

Nora, la protagonista de Casa de Muñecas, arropada por una sociedad en la que la figura femenina desempeña un papel secundario, responde al patrón romántico de un ser idealizado, una mujer que no puede ser auténticamente ella misma. Vive bajo el dominio masculino y las leyes escritas por los hombres, que juzgan su conducta desde el punto de vista de la supuesta superioridad que su condición les otorga.

El contraste entre lo que la sociedad piensa y lo que piensa Nora Helmer, le llevará a tomar una decisión irrevocable: abandonar el hogar.

“NORA.- (…) He sido muñeca grande aquí, como fui muñeca pequeña en casa de papá. Y, a su vez, los niños han sido mis muñecas (…)”.

Nora encarna el mensaje que el autor quiere transmitir: el deber del individuo consigo mismo y la tarea de autorrealización, que se ve amenazada por la sociedad. Ésta, para el noruego, no es otra cosa que “la expresión del mal y de la estupidez”. Ibsen veía en la libertad personal el valor supremo de la vida; el individuo libre de trabas externas puede hacer mucho por sí mismo; la sociedad no le ayuda en absoluto. A través de estas ideas podemos observar el rasgo que mejor define su trayectoria artística: su pensamiento gira en torno a problemas éticos privados.

“NORA.- (…) Hay otra (labor) de la que debo ocuparme antes. Tengo que tratar de educarme a mi misma. Tú no eres capaz de ayudarme en esta tarea. Para ello necesito estar sola y por esa razón voy a dejarte”.

Casa de Muñecas atrajo de forma irremediable el escándalo y la polémica a medida que se sucedían los estrenos en los diferentes países. Las razones de la hostilidad fueron más ideológicas que literarias. La sociedad occidental de 1880 se vio amenazada en su célula esencial: la familia.

La clave de la gran polvareda de encontradas opiniones que Casa de muñecas levantó a su paso, fue una escena, la última en concreto, aquella de la que Ibsen llegó a decir: “Toda la obra es sólo una progresión hace aquel desenlace”, el portazo de Nora. Éste despertaría allí donde sonase violentas reacciones por parte del público, a partir de su estreno en el Teatro Real de Copenhague, el 21 de diciembre de 1879.

Cuando Nora cierra esa puerta no sólo abandona hogar, marido e hijos sino que también deja atrás una sociedad a la que, como su marido se encarga de hacerle ver, “no entiende ni entenderá”. Además, esta apasionante mujer, fiel ejemplo del resto de personajes femeninos ibsenianos, ve que, si bien detrás de sí deja una puerta cerrada, ante ella se abre la posibilidad de contrastar el mundo hecho por los hombres, sus creencias y sus leyes, con su propia visión de mujer; como ella misma dice:

“NORA.- (…) pero ahora quiero tratar de comprenderlo y averiguar quién tiene razón: si la sociedad o yo”.

Ese portazo es sinónimo de triunfo. Significa la victoria de Nora Helmer, la FIDELIDAD hacia sí misma como ser humano.

Aunque el escándalo inicial ha sido olvidado, los problemas planteados en los dramas de Ibsen siguen apasionando y de ninguna manera pueden considerarse resueltos. En contra del empeño de su autor, Casa de muñecas sigue siendo una obra actual. Resulta escandaloso que, más de un siglo después de su estreno las palabras de Ibsen sigan teniendo una vigencia total.

Baste como ejemplo, observar lo que sucede con una de las carreras profesionales más machistas: la científica. Una mujer necesita 2,5 veces más publicaciones que un hombre para llegar al mismo puesto. En todo el mundo, las mujeres sólo representan el 3% de los miembros de las academias de ciencias. El portazo de Nora, desgraciadamente, aún resuena…en los lugares más insospechados.

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